Científicos advierten sobre las elevadas concentraciones de microplásticos en las principales aguas embotelladas en Chile y que podrían afectar nuestra salud.

Un reciente estudio de la Universidad de Chile ha encendido las alarmas sobre una realidad oculta en el agua embotellada que consumimos. La investigación, liderada por el Departamento de Química de la Facultad de Ciencias, analizó 12 marcas de agua comercializadas en la región Metropolitana, tanto nacionales como extranjeras, revelando un panorama desolador: altas concentraciones de microplásticos, potencialmente perjudiciales para nuestra salud.

Según este estudio, publicado en la revista Environmental Pollution y recogido por La Tercera, una persona podría estar ingiriendo entre 160 y 270 partículas de plástico por cada kilogramo de su peso corporal al año. Lo más preocupante es que estas partículas, cuyo tamaño varía entre 5 y 20 micrones, podrían acumularse en nuestro tracto digestivo o incluso afectar los sistemas linfático y circulatorio.

Este estudio empleó técnicas avanzadas como la microscopía de fluorescencia y tinción con Rojo de Nilo para detectar estos microplásticos, hallando que más del 50% de las partículas en cada botella eran menores a 20 micrones. Estas dimensiones aumentan la posibilidad de que los microplásticos se acumulen en el cuerpo, lo que podría tener consecuencias aún desconocidas para nuestra salud.

Este hallazgo cobra aún más relevancia cuando consideramos que el consumo promedio de agua embotellada en Chile es de al menos 38 litros por persona al año.

El profesor Carlos Manzano, uno de los autores del estudio, señala que aunque todavía no se puede hablar de una amenaza directa sobre la salud, es crucial investigar más a fondo las implicaciones de este consumo.

Este descubrimiento se suma a un estudio estadounidense que reveló que el agua embotellada podría contener hasta 240,000 fragmentos microscópicos de plástico por litro, una cifra cien veces mayor a lo estimado anteriormente. Estos estudios ponen de manifiesto la urgente necesidad de revisar nuestras prácticas de consumo y las políticas de regulación de la industria del agua embotellada.

En este escenario, la preocupación no solo radica en los efectos directos sobre la salud humana, sino también en el impacto ambiental que representan estos microplásticos. Su presencia en el agua que bebemos es un recordatorio alarmante de la contaminación que generamos y que, irónicamente, terminamos consumiendo.

Frente a esta realidad, se plantea un dilema ético y de salud pública que exige una reflexión profunda y acciones concretas. ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a comprometer nuestra salud y nuestro entorno por conveniencia? La evidencia es clara y el llamado a la acción, urgente.

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